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Plataformas, monopolios y polarización, con Jonathan Wareham

"[...] Facebook y Twitter han vetado al ex presidente de EE.UU., Donald Trump, tras comprobar los efectos nocivos -pero reales- que puede tener este mecanismo de hiperpolarización".

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Jonathan Wareham es profesor de Sistemas de la Información en ESADE Business School, en Barcelona, España. Wareham conoce bien la relación entre datos, emprendimiento y plataformas. No en vano hace años que investiga sobre la intersección de las plataformas de innovación, el deep tech, la computación científica, políticas para la ciencia y sus efectos en los negocios (ciencias de la vida, energía, etc.)

Wareham trabaja actualmente en dos proyectos financiados por Horizon2020: ATTRACT y ScienceMesh, enfocados ambos en el desarrollo de tecnologías innovadoras para la ciencia y la sociedad y en fomentar la colaboración científica a través de la tecnología.

El pasado mes de octubre, el Comité Judicial de la Cámara de Representantes de EE.UU. publicó un informe antimonopolio sobre Amazon, Facebook, Apple y Google que revelaba un "alarmante patrón de prácticas empresariales que degradan la competencia y ahogan la innovación". ¿Está usted de acuerdo con esta afirmación?

En muchos sentidos, sí. Las plataformas son modelos de negocio que crean mercados que ponen en contacto a diferentes partes con intereses complementarios basándose en lo que los economistas denominan efectos de red indirectos; los sitios de citas, eBay, Facebook, YouTube y los sistemas operativos como Android e IOS son todos ellos plataformas de diferentes variedades. 

Debido a su tamaño y a su condición de monopolios naturales, tanto los consumidores como los proveedores suelen tener pocas otras opciones. Estas empresas de plataformas pueden utilizar esto en detrimento de la competencia, fijando precios desleales o utilizando su poder e influencia de otras formas negativas.

También pueden utilizar alguna forma de «bloqueo» tecnológico para subir los costes artificialmente para aquellos consumidores o proveedores que busquen soluciones alternativas.

Sin embargo, Mark Zuckerberg ha argumentado que han adquirido "grandes cuotas de mercado porque los consumidores aman sus productos".

Sí. Las plataformas son lo que los economistas llaman «monopolios naturales», lo que no significa que se les conceda el estatus de monopolio como a una empresa de servicios públicos que presta un servicio universal. Más bien aquí todas las partes se benefician de la mayor agregación de la oferta y la demanda, la liquidez y los menores costes de búsqueda cuando las actividades se concentran en unas pocas y grandes plataformas.

Si usted quiere vender una rara pieza de memorabilia, le conviene que todos los potenciales compradores estén  en una sola plataforma. Una lógica similar aplica si usted está comprando, publicando, compartiendo, lo que sea.

Por ello, cuando los negocios de plataformas como Facebook, Twitter o eBay comienzan, se da un crecimiento rápido y una dinámica de winner-takes-all  [el ganador se lo lleva todo].

Por tanto, la afirmación de que las plataformas alcanzan el estatus de monopolio porque proporcionan un valor que los consumidores aprecian es cierta. El problema no es su tamaño, per se. Más bien, es lo que hacen con su tamaño e influencia lo que justifica las conversaciones sobre la regulación y la gobernanza adecuadas.

Por otra parte, ¿cómo afectan las grandes plataformas de mercado como Amazon o Alibaba a la la innovación e investigación?

No conozco ninguna prueba que sugiera que estén afectando negativamente a la investigación. De hecho, empresas como Google están invirtiendo fuertemente en muchos sectores tecnológicos que pueden ser muy beneficiosos socialmente, como la salud, la automatización, la energía sostenible, etc. 

Se puede argumentar que algunas de las plataformas de venta al por menor pueden tener efectos negativos sobre la innovación o las pequeñas empresas por ser demasiado estrictas, por imponer tasas elevadas o por bloquear a potenciales competidores mediante diversos mecanismos, es decir, mecanismos legales, económicos y técnicos que hacen que el coste de elegir una solución alternativa sea prohibitivo. 

La Comisión Europea, por ejemplo, se ha enfrentado repetidamente a los gigantes tecnológicos por las prácticas desleales/abusivas que permite el bloqueo tecnológico. Pero estos efectos negativos también deben sopesarse frente a las oportunidades positivas que ofrecen las plataformas y que no existirían de otro modo.

Otra preocupación importante es la polarización social que últimamente se ha hecho más patente en las elecciones de EE.UU. o Reino Unido, o el problema de las noticias falsas o las teorías conspirativas que pueden propagarse (por ejemplo, en torno al Covid) en las redes sociales. 

Plataformas como Facebook tienen algoritmos que ofrecen contenidos destinados a maximizar el tiempo que pasamos en ellas. En el mundo de los medios de comunicación hay un dicho:   ‘If it bleeds, it leads ‘ [si sangra, lidera]. Se refiere al hecho de que los contenidos sensacionalistas, violentos o escandalosos provocan más emociones y venden más periódicos y publicidad.

De ahí que se reconozca la tendencia de las redes sociales a mostrar contenidos emocionalmente explosivos que hablan sobre política, religión u otros temas espinosos. Esto provoca que los usuarios lo compartan en sus propias redes a cambio de likes y shares adicionales como moneda de cambio de estatus y autoafirmación.

El sesgo de hiperpersonalización de los algoritmos de la plataforma se denominan ‘filtros burbuja’ o «cámaras de eco». El hecho de que los usuarios sean más propensos a que les gusten y compartan los temas más polarizantes se ha denominado «efecto de amplificación».

Aunque sea injusto responsabilizar totalmente a Facebook o Twitter de los recientes resultados electorales, sus efectos en el aumento del populismo, los movimientos marginales y el comportamiento divisivo y tribalista que vemos a menudo en línea son un tema que preocupa seriamente a sociólogos y politólogos.

La diversidad de opiniones es ciertamente positiva y lo hemos de celebrar. Pero cuando plataformas como Facebook no se responsabilizan de la veracidad de los contenidos que presenta, no tiene ningún incentivo para no mostrar lo más escandaloso o falso. No ha sido hasta hace poco que Facebook y Twitter han vetado al ex presidente de EE.UU., Donald Trump, tras comprobar los efectos nocivos -pero reales- que puede tener este mecanismo de hiperpolarización. La hiperpolarización tiene un coste social y, al igual que una empresa química sometida a una regulación medioambiental, debe ser controlada para mitigar sus peores efectos.

¿Qué importancia tiene la extracción de datos por parte de las plataformas P2B en ese proceso?

La televisión y los periódicos tradicionales son lo que llamamos periodismo de «difusión», es decir, lanzar el mismo contenido ampliamente a una audiencia general.

Las plataformas de medios sociales, por el contrario, son de narrowcasting; dada su capacidad para identificar quién eres, sus algoritmos eligen el contenido exclusivamente por lo que creen que quieres escuchar, tomando decisiones editoriales frecuentes y personalizadas basadas en tu comportamiento de navegación en sus propias plataformas, en otros sitios web (por ejemplo, si usas Facebook o Google para iniciar sesión) o en la información de localización tomada del sistema operativo de tu teléfono móvil (Android). ¿Te has preguntado alguna vez cómo se localiza la publicidad en Google o Facebook cuando viajas? Es casi aterrador.

¿Cree que la extracción de datos representa un problema a nivel de competencia desleal?

La preocupación por las plataformas de redes sociales es que, al recopilar tantos datos demográficos y de comportamiento de nuestras actividades en línea, son capaces de crear un modelo digital muy preciso de quiénes somos con una importante precisión predictiva. 

Utilizan estos perfiles, nuestros gemelos digitales o avatares, para vender a los anunciantes dentro y fuera de la plataforma. Esto permite tener un perfil muy detallado para publicidad y unos precios muy personalizados. Lo hacen sin que los usuarios lo sepan apenas y lo consientan apenas.

Además, tú, como usuario, no tienes derechos sobre tus propios metadatos. Se trata de una relación competencialmente asimétrica; un pacto fáustico en el que, a cambio del servicio de búsqueda, creación de redes o información de localización, los usuarios permiten a estas plataformas acceder a los rincones más íntimos de nuestras vidas sin apenas percibir cómo se venden nuestros secretos.

La única manera de que las pequeñas empresas puedan acceder a este tipo de datos es pagando un buen dinero por ellos. Por lo tanto, en este sentido, también es anticompetitivo.

Esta paradoja aumentará seguramente a medida que crezca la adopción de las tecnologías wearable o ‘ponibles’ y se difuminen las fronteras entre los sectores regulados de la sanidad y los deportes de consumo no regulados. Aquí, la necesidad de conversaciones públicas sobre la regulación adicional será, con toda seguridad, cada vez más necesaria.