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¿Quién gana en la economía de plataformas?, por Josep Lluís Micó

"En clave económica, las principales beneficiarias [de la economía de plataforma] son las empresas. Disponen de muchos más derechos y prerrogativas sin las obligaciones y deberes tradicionales".

Tags: 'economía de plataforma' 'Gig workers' 'sociedad' 'Sociología'

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Josep Lluís Micó es catedrático de Periodismo en la Universitat Ramon Llull (URL, Barcelona). Ejerce de vice-decano de la Facultad de Comunicación y Relaciones Internacionales Blanquerna (URL) y dirige la revista científica ‘Tripodos’.

Micó es, además, colaborador habitual de medios y grupos como Radio Nacional de España, La Vanguardia o Prensa Ibérica desde los que analiza la tecnología y las tendencias.

Un estudio llevado a cabo por McKinsey revelaba que entre el 20% y el 30% de los trabajadores en Europa y los EE. UU. han estado empleados en algún momento en la economía de plataforma. Esto equivale a 162 millones de personas. Algunas voces apuntan a una situación en la que todo el mundo gana, pues la economía de plataforma satisface las necesidades de consumidores, empleados y empleadores. Pero ¿ganan todos en la misma medida?

No, no todos ganan en la misma medida. Los trabajadores se benefician de una flexibilidad que otras fórmulas más convencionales no permiten. Incluso puede decirse que disponen de mayor libertad para organizarse. Y hasta para negarse a llevar cabo tareas que, con un contrato convencional, tendrían que asumir.

Sin embargo, en clave económica, las principales beneficiarias son las empresas. Disponen de muchos más derechos y prerrogativas sin las obligaciones y deberes tradicionales. Pueden elegir en múltiples planos y aspectos: con quién colaboran, por cuánto dinero, en qué terminos y plazos, etc.

Según la OIT (Organización Internacional del Trabajo) en EE. UU. y Alemania las ganancias promedio en las empresas de plataforma están por debajo del salario mínimo legal por hora. Además, en el mercado laboral el riesgo a pasado de mano de los empleadores a los empleados. Con sus características actuales, ¿va la economía de plataforma tal en detrimento del orden social?

Si no se produce un cambio drástico en el equilibrio de fuerzas, no. Y nada parece indicar que vaya a darse esta modificación en las condiciones. No se trata de llegar a un extremo en el que las empresas y quienes arriesgan su capital o patrimonio estén a merced de la tiranía de unos trabajadores con tantos privilegios que puedan hundirlos casi, casi por capricho. Claro que no.

No obstante, este es un momento de transformación esencial y, como ha sucedido a lo largo de la historia, la posición más débil corresponde en estos contextos a quienes ocupan la base de la pirámide. En esa situación, ahora mismo, están los trabajadores por cuenta propia. Las tres revoluciones anteriores lo certifican.

Lo que este tipo de personal puede ganar gradualmente por sus aptitudes y actualización, lo puede perder de golpe por su emplazamiento precario en la cadena de producción y gestión de bienes y productos.

Las empresas de la economía de plataformas dan forma y guían activamente no solo el comportamiento de los trabajadores individuales sino de todo el mercado, por ejemplo con publicidad omnipresente o subvencionando servicios para intentar crecer y aumentar su cuota de mercado. ¿Cómo afecta esto a la economía y los hábitos de consumo?

Estamos ante una maniobra muy inteligente. Sus promotores se benefician del avance simultáneo de diferentes actores que se mueven a ritmos distintos.

Es decir, quienes promueven estas estrategias y acciones son más rápidos que el resto de agentes. Los trabajadores, aisladamente; los consumidores, por separado; las empresas e instituciones tradicionales en su conjunto… Todos son más lentos que ellos.

Por esta razón, cuando intentan reaccionar, incluso cuando quieren introducir adaptaciones en normatizas y legislaciones, ya han llegado tarde, y regulan una realidad que ya no existe, porque estos velociraptores del mercado ya han pasado al siguiente estadio.

Se acusa a algunas plataformas de estar convirtiéndose en auténticos monopolios en sus sectores, gracias en parte a un modelo basado en trabajadores mal pagados y con pocos derechos, compitiendo así de manera injusta con sus rivales a través de un marco legal menos riguroso. ¿Cuál es su opinión al respecto?

Así es, pero, como acabo de explicar, todavía no disponemos de herramientas eficaces para minimizar estos daños.

Ellos nos piden que pensemos de otro modo, más abierto y flexible. Y sus antagonistas les exigen lo contrario a ellos. Cuesta encontrar el equilibrio.

Cuando cambia el entorno, es difícil comprender qué potencialidades pueden ser beneficiosas para todas las partes y cuáles suponen un retroceso para la mayoría. Ahora mismo, como en la mayoría de etapas de la historia, quienes están más alejados de las decisiones estratégicas tienen menos capacidad de análisis.

Sin embargo, la popularidad de estos cuasimonopolios entre los consumidores, que se benefician de los bajos precios que se ofrecen, puede dificultar la resolución de los problemas de derechos laborales. ¿Cuánta responsabilidad tiene el consumidor en todo esto?

El consumidor siempre tiene responsabilidad. Antes que consumidores somos ciudadanos.

En cualquier caso, en efecto, estamos hablando de monopolios de facto. Una renuncia consciente o un boicot militante llevarían a quienes ejerciesen estos derechos a quedarse sin parte de los bienes y servicios de los que disfruta la mayoría de sus conciudadanos.

Hay pocas personas dispuestas a un sacrificio de este calibre.

Y todavía menos si no se demuestra cuál es su impacto. ¿Qué le pueden hacer unos cuantos miles de usuarios a un conglomerado de gigantes digitales con millones de sujetos registrados y activos? Cosquillas. Poco más.

Se habla de la flexibilidad de la economía de plataforma como una de sus ventajas. Pero, ¿es esto realmente así o ejercen las plataformas un alto grado de control sobre las pautas de trabajo de quienes prestan servicios?

Por supuesto que, sobre el papel, la flexibilidad es mayor para los trabajadores. Pero también lo son los beneficios para las empresas, en la teoría y en la práctica.

En definitiva, como vivimos un momento de transición, perviven muchas circunstancias del pasado. Y una de ellas es muy fácil de explicar: quines cuentan con menos cualificación son más vulnerables que quienes poseen una formación sobresaliente. Cabe la posibilidad de que trabajen codo con codo en la misma organización según idéntica filosofía. Pero a los primeros se les puede reemplazar sin problemas…

Finalmente, ¿qué tipo de regulación necesita la gig economy para prosperar sin disminuir los derechos laborales y sociales de los trabajadores?

Lo primero que debería cambiar es la mentalidad de quienes regulan y legislan. Es imposible que alguien que no entiende el presente en toda su complejidad pueda establecer los límites, las obligaciones, las facultades, las prerrogativas y los derechos de quienes desempeñan sus labores en ese entorno.

No hace falta ser un jurista experimentado para saber que lo esencial debe preservarse sea cual sea el contexto.