Cecilia Castaño es catedrática de Economía Aplicada y codirectora del hasta ahora Máster sobre Igualdad de Género en las Ciencias Sociales en la Universidad Complutense de Madrid. Investigadora visitante en el Instituto Tecnológico de Massachusetts, la Universidad de Harvard y la Universidad de California en Berkeley, es experta en género en los ámbitos de las tecnologías de la información, la ciencia, la ingeniería y la tecnología. Es autora del libro ‘Las mujeres y las tecnologías de la información’ (Alianza Editorial, 2005), donde repasa las principales aproximaciones teóricas feministas sobre la relación entre género y tecnología y analiza el concepto de “brecha digital de género”.
Has impulsado la formación en varias universidades del país alrededor de la igualdad de género, las TIC y la investigación. ¿Por qué es necesario fomentar el conocimiento en estas áreas, especialmente entre las nuevas generaciones?
Como científica social siempre he percibido con preocupación la gravedad de las desigualdades de género en prácticamente todos los ámbitos: desde el laboral, con tasas de empleo femenino diez puntos por debajo del masculino y una brecha salarial media de 24 puntos, al mundo de la ciencia y la tecnología. La generación de mujeres más preparada de la historia de España tiene una presencia escasa en los estudios y los empleos relacionados con las TIC, de en torno al y por debajo del 20%, y también es así en el mundo de la investigación científica, en el que las mujeres, numerosas en los primeros escalones de la carrera, empiezan a desaparecer conforme se asciende en jerarquía y poder de decisión.
Estos problemas hay que documentarlos con datos, analizar sus causas y sensibilizar a las nuevas generaciones sobre su importancia. Es esencial que la Inteligencia Artificial, la Ciencia de Datos y todas las tecnologías de la Cuarta Revolución Industrial cuenten con la participación de las mujeres para construir la respuesta a los grandes retos de la humanidad. Estos no pueden ser asuntos exclusivos de científicos y tecnólogos varones, sino que necesariamente han de contar con la contribución de las mujeres, incorporar su visión de los problemas y tener en cuenta sus intereses.
En este sentido, ¿cómo pueden contribuir las TIC a la plena participación de las mujeres de la realidad económica y social de un país?
No solo sólo necesitamos más mujeres informáticas e ingenieras. Las habilidades digitales son hoy esenciales para vivir y trabajar, comunicarse, recibir información y formación, y participar en la vida ciudadana y política; y están especialmente relacionadas con las oportunidades de empleo para las mujeres. Un buen nivel de habilidades digitales favorece que participen en el mercado de trabajo y encuentren empleo, y además aumenta las posibilidades de tener un contrato indefinido. Por ello es esencial incorporarlas a todos los perfiles profesionales, y particularmente a los que están muy feminizados. Por ejemplo, en las actividades de educación, de atención médica y sanitaria o de servicios sociales, la ayuda de las tecnologías es clave para aumentar su productividad y mejorar su calidad.
En conclusión, aunque no es necesario que todas las mujeres sean informáticas o ingenieras, sí es muy importante que estén en posesión de habilidades digitales suficientes para beneficiarse de las mismas tanto en su trabajo como en su vida privada, y para liderar y aportar su talento al mundo digital y físico.
Un reciente informe del Instituto de la Mujer en colaboración con el Observatorio Nacional de Telecomunicaciones y Sociedad de la Información concluye que la brecha digital de género española se ha reducido progresivamente, hasta un punto porcentual. Aun así, el estudio concluye que las mujeres mantienen todavía una posición desfavorable en competencias digitales y usos de Internet. ¿Por qué continúa perpetuándose esta brecha, qué lo favorece?
La brecha de acceso tiende a desaparecer porque la inmensa mayoría de la población española y europea accede a Internet a través del teléfono móvil. Persisten, sin embargo, brechas de género en habilidades. Aunque las mujeres superan a los hombres en habilidades de comunicación avanzadas, se sitúan por detrás de ellos en búsqueda de información, uso de software y resolución de problemas en Internet. Conforme las habilidades se hacen más complejas y especializadas, las brechas se acrecientan incluso entre la población con educación superior; en gran medida, porque son dinámicas, y se amplían a medida que las tecnologías se vuelven más sofisticadas y caras. Por ejemplo, un 20,9% de las mujeres afirma ser capaz de cambiar la configuración del software frente al 30,6% de los hombres.
Las mujeres van accediendo a todos los usos y habilidades, pero, cuando llegan, los hombres ya están en la siguiente frontera tecnológica. Además, todavía existen colectivos de población femenina excluidos digitalmente, como las mujeres mayores, con escasos recursos educativos, y también en los entornos rurales, la inmigración y la pobreza; todos ellos grupos con pocas opciones de mejorar sus condiciones de acceso, usos y habilidades digitales.
¿Con qué obstáculos se encuentran las mujeres para poder ser plenas creadoras de tecnologías y de contenidos? ¿Superan las barreras a las oportunidades?
La digitalización constituye a la vez una oportunidad y un reto de especial envergadura para las mujeres. Puede contribuir a mejorar sus condiciones de vida y trabajo, pero también eliminará empleos tradicionalmente ocupados por ellas, si estos no se actualizan y mejoran con ayuda de herramientas y habilidades digitales. Las mujeres ven dificultado su acceso a los empleos digitales, que son más creativos, mejor pagados, más flexibles y con menos horas de trabajo que en otras ocupaciones muy feminizadas, relacionadas con la salud y los cuidados. Un factor limitativo clave son sus mayores responsabilidades sobre los cuidados del hogar y de las personas dependientes, lo que redunda en falta de tiempo para desarrollar experiencia digital y dedicación y, en definitiva, las coloca en desventaja.
La denominada ‘cultura brogrammer’ ocasiona el 65% del abandono. Las mujeres se quejan de que se las considera intrusas, reciben menos formación que sus colegas varones y tienen menos libertad para desarrollar sus proyectos. A esto se unen los acontecimientos vitales: el rango de edad entre los 30 y 44 años es la etapa clave del desarrollo profesional, y al mismo tiempo, el período en que la mayoría de las europeas tiene su primera criatura o tiene que cuidar de ella.
Aun así, no pocas mujeres dan el paso adelante, haciendo frente, sin embargo, a otras barreras no fáciles de superar. En particular, la exigencia de dedicación exclusiva y a cualquier hora –una perversa mezcla de presentismo a distancia y flexibilidad siempre a favor de la empresa–, el techo de cristal o la invisibilidad de las mujeres en la madurez profesional. A pesar de sus esfuerzos, saben que, si renuncian a la esfera privada y familiar, al menos parcialmente, sufren sanciones tanto en la cultura de la empresa como en la académica. Hay un momento clave en la vida de las mujeres que trabajan en los ámbitos TIC/STEM, entre mediados y finales de la década de los treinta años, en el que una mayoría decide abandonar, cansadas de la hostilidad del ambiente laboral, de la sensación de aislamiento, de un ritmo de trabajo consistente en “apagar fuegos”, de las jornadas interminables y de los viajes frecuentes. Es el momento de “luchar o largarte”.
¿Por dónde pasa la solución para poder superar el dominio masculino de las áreas estratégicas de la educación, la investigación y el empleo relacionadas con las ciencias, las ingenierías y las TIC?
Se insiste en crear vocaciones TIC/STEM entre las niñas, como si fuera un problema de cambio generacional. Pero si las condiciones actuales no cambian, cuando esas niñas lleguen al sector, se acabarán yendo de la misma manera que sus antecesoras. Para incorporar más mujeres hay que mejorar sus condiciones de vida y trabajo, y especialmente facilitar su permanencia y promoción. Pero no existe una única solución porque las condiciones son diferentes en cada etapa. Las políticas en igualdad de género no pueden entenderse como hitos –por ejemplo, aumentar la matriculación femenina en estudios TIC de forma espectacular–, sino como procesos, estableciendo condiciones favorables para que las mujeres que entren en estos sectores permanezcan y puedan desarrollar una carrera profesional, a la vez que una vida personal, satisfactorias.
No son las mujeres las que tienen que cambiar. Es imprescindible un cambio cultural, incorporar la consideración de los cuidados a las culturas laborales de las empresas e instituciones. Son asimismo necesarios cambios estructurales, como por ejemplo, ampliar la oferta de servicios públicos de cuidado, asequibles económicamente, para que las mujeres puedan decidir con libertad.
Ya no solo a las mujeres sino al conjunto de la sociedad, ¿cómo podría afectarnos una futura expansión de la brecha digital de género? ¿Cuáles son los riesgos? ¿Somos conscientes?
Las brechas digitales de género están siempre en proceso de ampliación y reducción, porque son tan complejas y dinámicas como las propias tecnologías digitales, y son transversales en tanto que se alimentan de otras económicas, sociales, culturales. Los riesgos de ampliación son enormes, como comprobamos en las crisis económicas y sociales más recientes, como la Gran Recesión, la pandemia y la guerra de Ucrania, que han dejado y dejan cicatrices de exclusión económica y social entre los grupos de población más vulnerables, particularmente las mujeres y los jóvenes.
Precisamente, el informe ‘La brecha digital de género: amantes y distantes’, del que eres coautora, apunta que no solo existe una única brecha digital de género. ¿Podrías profundizar entre los distintos tipos y explicar por qué es importante diferenciarlas en el análisis de la incorporación de las TIC desde una perspectiva de género?
Podemos hablar de una primera brecha de acceso desde el punto de vista de los dispositivos –teléfono móvil, tablet y ordenador personal– y de la calidad de la conexión a Internet. Hay una segunda brecha de habilidades y usos: los de las mujeres más sociales, de educación y salud; los de los hombres más relacionados con el ocio, las finanzas y los deportes. Existe también una importantísima brecha respecto a los estudios y profesiones TIC/STEM. Por último, una brecha que resume todas las anteriores, que tiene que ver con la capacidad de aprovechar las oportunidades que ofrecen las tecnologías digitales para mejorar la participación económica y social de las mujeres, todavía bastante rezagadas respecto a sus homólogos.
Los últimos datos del Instituto Nacional de Estadística señalan que en España un 6,1% de la población de 16 a 74 años no utilizó Internet en los últimos tres meses del año pasado. ¿Cómo puede revertirse la baja alfabetización digital?
Este es uno de los retos más difíciles de la Transición Digital. Es más fácil distribuir equipos e instalar redes de alta capacidad y velocidad que incorporar a las personas, porque hay que llegar hasta ellas e incorporar sus necesidades, intereses y preocupaciones al proceso de alfabetización digital. En todo caso, unos mínimos requisitos de formación y alfabetización digital consistirían en orientarlo al aprendizaje del manejo de las tecnologías digitales, pero comprendiendo su funcionamiento, para que las personas, con su diversidad de intereses y necesidades, se apropien de las tecnologías para resolver sus problemas cotidianos, personales, familiares o laborales. La adquisición de habilidades digitales se ha de acompañar de otras referentes a la lectoescritura, a veces deficiente en una parte no desdeñable de la población española, así como de otras competencias estratégicas y transversales, como creatividad, capacidad para resolver problemas y pensamiento crítico.
Tenemos que repensar la tradicional dicotomía entre el mundo tecnológico y el que no lo es. Contamos con una cantera de talento joven en las carreras de Salud, Ciencias Sociales y Humanidades, mayoritariamente femenino y tenemos que dotarlo de habilidades digitales avanzadas. Esto contribuiría a promover su empleabilidad, su inclusión sociolaboral y su apropiación de las oportunidades de la economía digital.
Ya no nos vale el relato tradicional sobre las relaciones entre humanos y tecnología. Es imprescindible introducir las tecnologías en los entornos sociales y humanísticos e incorporar, asimismo, humanistas y profesionales de las ciencias sociales a estos ámbitos.