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A menudo exigimos a las empresas que almacenan nuestros datos que sean más transparentes y que no vendan nuestra información al mejor postor.Exigimos que los demás nos protejan, pero no siempre nos protegemos lo suficiente. Frente a nuestros datos más sensibles, empezamos con complejas contraseñas. Debían contener una gran cantidad de caracteres con todo tipo de combinaciones. Algunos dijeron después que ni ese era suficiente; era necesaria una autentificación de dos pasos. Pero sorprendentemente, de un día para otro, muchos de nosotros hemos confiado la seguridad a nuestros datos biométricos, convirtiendo este proceso sagrado en en algo cómodo. A su vez y para que este placentero fuera posible, hemos confiado aquellos parámetros que nos hacían únicos a empresas de todo tipo; bancos, servicios de alarmas, aplicaciones de mensajería, fabricantes de dispositivos de todo tipo, etc.
Pero, ¿qué ocurre si alguien hackea una empresa o nuestra propia cuenta? Hasta ahora bastaba con cambiar las contraseñas, pero ¿cómo lo haremos ahora que nuestras credenciales son nuestra cara o nuestro iris?
Por otro lado, ¿qué harán tantas empresas con unas llaves de acceso tan privadas y aparentemente tan intransferibles?